sábado, 12 de marzo de 2016

Algunas reflexiones a partir de "Contra la Nueva Educación"



He terminado recientemente de leer "Contra la nueva educación", obra del músico, profesor (y ahora escritor) Alberto Royo. Soy lector habitual de su blog sobre educación y sociedad, del que no tengo más que buenas cosas que decir. La lectura de su libro ha sido un placer. Y la idea de titular cada uno de sus capítulos con el nombre científico de un parásito, un hallazgo ingenioso. Entiendo que algunos de sus párrafos puedan ser hirientes para los seguidores de escritores como Paulo Coelho o periodistas como Eduard Punset, puesto que su estilo es muy crítico y ácido contra ellos. Tal vez el origen de estos comentarios sarcásticos  son consecuencia de cierto hartazgo que existe en nuestra profesión con respecto a las ideas que nos quieren vender los pretendidos salvadores del sistema educativo, que no tienen el más mínimo pudor en opinar, juzgar e intervenir si pueden en cuestiones relativas a la docencia sin la menor de las cautelas, a menudo despreciando o ninguneando la labor de enseñantes que han estado al pie del cañón durante décadas. Le comprendo perfectamente.

Alberto defiende una educación ilustrada, que por desgracia se ha ido perdiendo con mayor velocidad a medida que las nuevas leyes educativas han ido entrando progresivamente en vigor. Supongo que otros aspectos socioeconómicos también han contribuido a devaluar el valor del conocimiento y del esfuerzo, en una sociedad donde la comodidad se considera una medida del bienestar (y en cierto sentido me alegra que esto sea sí, no me gustaría seguir lavando la ropa a mano o calentando agua para bañarme en pleno invierno). Porque la educación ilustrada, reconozcámoslo, requiere de un esfuerzo importante, no de naturaleza física sino de naturaleza intelectual: Disciplina, constancia, y tiempo de dedicación y estudio. Este rigor inicialmente suele ser transmitido desde fuera (colegio, profesor, familia) hasta que el individuo acaba interiorizándolo y haciéndolo suyo. Y con el tiempo da fruto, y ese fruto es placentero y contribuye a alcanzar la felicidad de la que todo el mundo habla y que, sin embargo, muchos quieren conseguir a precio de saldo.

Pero tras la lectura del libro de Alberto me asaltan dudas, y preguntas. Y no tengo claro si algunas (pocas) de sus afirmaciones son del todo exactas. A continuación menciono algunas.

1. "La enseñanza no es posible sin alumno, pero tampoco sin un profesor". Yo diría más bien: "La enseñanza no es posible sin alumno, pero tampoco sin algo/alguien que haga las veces de profesor". Incluyendo, por supuesto, ¡un profesor de carne y hueso! Eso sí, detrás de ese algo o alguien, al menos por el momento, suele seguir habiendo un profesor real que sabe de su materia y ha preparado la secuencia de contenidos teóricos y prácticos ideal para transmitirla a los alumnos, y que se puede decir que "actúa" a distancia. Hay múltiples experiencias de aprendizaje complejo que se realizan mediante recursos digitales, o, sin ir más allá, mediante un libro. Pero a lo que voy: un aprendizaje de conocimientos puede realizarse sin la presencia directa del profesor tradicional (y creo que es en este sentido de profesor presencial del que habla Alberto en su libro). Y hoy en día las nuevas tecnologías lo han hecho más fácil que antes. Nos podrá doler este hecho, Y nuestro trabajo de docentes tal vez corre peligro de desaparición en un futuro más o menos lejano. Pero quizás no todo está perdido. Como comentaba antes, si nos referimos al mundo escolar, al mundo de los niños y jóvenes, es cierto que hay un periodo en el que el estudio, la disciplina y el esfuerzo necesarios para adquirir esa capacidad autodidacta de aprendizaje, esa buena disposición para adquirir nuevos conocimientos, deben ser conculcados desde fuera. Y la pregunta es: ¿Existe ahora otro método mejor que el del profesor presencial para ejercer ese papel de transmitir los pilares del conocimiento y asentar las actitudes necesarias para convertir nuestros jóvenes en ciudadanos ilustrados? Yo por ahora no lo conozco, pero ya se sabe que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad...

2. "... mucho me temo que nuestros alumnos acabarán echando de menos el conocimiento, el saber y la cultura.". Yo lo que realmente temo es que muchos no lo harán. No sé si, en algún instante de sus vidas, en una breve reflexión, durante una pausa o un paseo, tras un momento personal difícil, sentirán en lo más profundo de su interior que les falta algo. No lo sé. 

3. El punto anterior me conduce a una pregunta más delicada, más difícil, cuya respuesta ignoro y que creo vital de cara a diseñar un sistema educativo que sea realmente enriquecedor y adecuado para la mayoría:

PREGUNTA: ¿Es realmente prescribible una educación ilustrada para todos?

Por "prescribible" entiendo algo así como "adecuada, recomendable", y no hablo aquí en el plano teórico sino en el real. ¿Es la educación ilustrada de la que habla Alberto la receta ideal para todo individuo, independientemente de sus características personales?. Creo que la cuestión es importante. No hace mucho escribí una entrada en este mismo blog que enlaza directamente con ella, en la que comentaba una cita de Bertrand Russell que me parece de gran actualidad. Reproduzco esa cita a continuación:
“Y, al hablar de educación y democracia, es muy importante hacerlo con claridad. Sería desastroso insistir en un nivel absurdo de uniformidad. Unos niños son más inteligentes que otros y pueden obtener mejores resultados de una más esmerada educación. Unos maestros son más laboriosos o despiertos que otros, pero es imposible que todos los niños sean educados por los pocos maestros mejores. Aún cuando la educación más elevada fuera recomendable para todos –cosa que pongo en duda– es imposible realizarla hoy día, y una estricta aplicación de los principios democráticos nos llevaría a la conclusión de que ninguno debe tener acceso a ella. Eso sería fatal para el progreso científico, y rebajaría durante un siglo el nivel general educativo. El progreso no debe sacrificarse hoy en beneficio de una igualdad mecánica; debemos avanzar cuidadosamente hacia la democracia educativa para que en este proceso sea destruido el menor número de productos valiosos que actualmente van acompañados de la injusticia social” (Bertrand Russell)
¡Visionario Russell! Particularmente quiero destacar la expresión marcada en negrita, que conecta directamente con mi pregunta anterior. Voy a dar dos instantáneas contrapuestas de lo que se me pasa por la cabeza cuando estoy dando clase:

Instantánea 1: (3º ESO) Veo uno de mis alumnos, desmotivado por los estudios (sea por la razón que sea), y sé que probablemente en su próxima evaluación va a suspender las 10 asignaturas de las que está matriculado. No es un alumno conflictivo, ni tiene ningún tipo de dificultad de aprendizaje. Y tengo la sensación de que esos diez suspensos que llevará a su casa envían el mensaje al alumno y a su familia de que no vale para nada, y no tengo claro qué tiene de bueno ese mensaje (salvo constatar que lo suyo no son los estudios).

Instantánea 2: (2º BACH) Veo uno de mis alumnos, interesado en sacar adelante su materia de Matemáticas II porque después quiere proseguir estudios de Informática. Pero en cada prueba que realiza las carencias de base que presenta son tan terribles que a pesar del empeño que pone en ello todo apunta a que será incapaz de superar el curso. Y siento que el sistema educativo no le ha exigido lo suficiente, y no le ha preparado adecuadamente, y que le ha estafado. Habría necesitado una formación que fomentara más el trabajo y el esfuerzo, así como un desarrollo de contenidos más profundo y teórico.

Aquí vuelvo al texto de Alberto, que defiende el esfuerzo, la disciplina y el estudio como valores principales de la escuela. Y estando fundamentalmente de acuerdo con él, me pregunto: Si, del mismo modo que existen alumnos sin las dosis de talento necesarias para desarrollar ciertas aptitudes, existen alumnos sin la resistencia mental para desarrollar esa capacidad de esfuerzo, disciplina y trabajo (en todo momento hablo en el sentido intelectual de estos términos) en la medida necesaria para ser académicamente exitosos, ¿no será conveniente ofrecerles otros caminos formativos antes de frustrarles y hacerles perder el tiempo? (Quiero que se me entienda bien: la frustación es parte de la vida y sirve para crecer y fortalecerse, pero una frustación que dure, por poner un ejemplo, dos cursos escolares puede tener efectos secundarios adversos...)

Yo aventuraría la siguiente respuesta a la PREGUNTA que formulé antes: Se debe dar la oportunidad a todos los jóvenes de adquirir una educación ilustrada, pero deben existir otras vías educativas (sobre todo a partir de cierta edad) para aquellos en los que no se consolida esa loable aspiración.

Y tal vez una solución parcial a nuestros problemas pasaría por diseñar un sistema de enseñanza donde existiese una mayor y más verdadera diversidad educativa, pero no una diversidad condicionada por los medios económicos (pública versus privada versus concertada) o limitada a tomar medidas de atención al alumnado que tan solo consisten en "hacer lo mismo pero más fácil", sino por los intereses, talentos o aptitudes que, sobretodo a partir de ciertas edades, manifiestan nuestros jóvenes. De hecho, si miramos hacia el pasado, hacia nuestras leyes educativas anteriores, recordaremos que a edades más tempranas (14 años: FP - BUP) se  diversificaban con mayor profundidad las vías educativas disponibles, frente a la situación actual, en la que esto sucede a partir de los 16 años (a mi entender demasiado tarde, uno de los pecados capitales de la LOGSE). Y creo sinceramente que antes estábamos mejor.

Lo que me gusta de la actitud combativa de Alberto Royo es que no se ha dejado confundir por tantas supuestas innovaciones pedagógicas y que no ha perdido la escala de valores que debería guiar nuestra política educativa: Mantener el modelo de una educación ilustrada como el máximo exponente de Lo que una sociedad puede regalar a sus generaciones futuras, y defender la importancia del esfuerzo, el estudio y el conocimiento, fomentándolo de todas las maneras posibles. Yo solo añado aquí que probablemente no es la solución ideal para todos, y que deben existir vías alternativas (de calidad) para quienes no encuentran satisfacción por ese camino.

El problema terrible con el que nos enfrentamos en España es que en la educación pública tan solo nos hemos quedado con las vías alternativas, y hemos olvidado prácticamente ese ideal ilustrado que servía antes de luz y guía, arrebatándoselo a muchos jóvenes valiosos y reservado ahora tan solo a aquellos afortunados que, por razones económicas o familiares, se lo pueden permitir.

Y sin esa luz, navegamos a oscuras.

3 comentarios:

  1. Muchas gracias por el comentario y las observaciones, muy pertinentes. Un saludo.

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    1. Gracias a ti por escribir un ensayo tan lúcido... ¡y ameno!

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  2. Hola, Weno. Sin entrar en profundidades, acerca de la parte clave de tu artículo, el punto 3 y las dudas acerca de la generalización de una enseñanza de mayor profundidad intelectual, estoy contigo por completo. Cuando ya nuestra experiencia y Russell nos dicen que eso tiene poca pinta de ser posible y beneficioso, mal haremos en no tomarlo en serio. La LOGSE y sus defensores (de los que yo siempre he pensado que en el fondo tienen un sentido de la educación un tanto hidalgo y clasista) parecieron entender que todos los alumnos debían llegar a la universidad, lo que les llevó a un menosprecio de la FP muy parecido al de sus antecesores y muy clasista. Este error lo hemos pagado muy caro todos, en especial, los estudiantes de los últimos 25 años, que han padecido una oferta educativa muy insuficiente. Diversidad de las aulas, no en las aulas, suele decir una compañera mía, y eso sería mucho mejor, dado que es innegable que ni todos pueden ni todos quieren lo mismo y que, a última hora, en la vida se puede ser muchísimas cosas. Es justo reconocer que, en este terreno, lo planteado por la LOMCE y por el PP es más honesto y realista. Un saludo.

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